Adeptos

jueves, 10 de marzo de 2011

Aquel relato del viento

En el pasado hable con una mujer que denotaba una particular forma de ser: admitia los errores de una mujer, aquellos que no admiten, que no logran comprender. Reveló el egoísmo y la traición que solían hacer, la total impulsividad de lo más profundo de su ser; la soberbia que contenían y arrojaban sin razón aparente. pero, más allá de esa falta de código admitió que iguales no solían ser. Tras los defectos un ángel tal vez se podía ver... y en los ojos el cielo encontrar. Tal vez su capacidad de volar y de nuestras cabezas rondar. Le pregunté si creerle era menester, si era necesario ver lo negro de la noche. Me pidió que trate de ver las estrellas y que acepte que las rodea una profunda oscuridad. Que debo amar al cielo como tal, ya que no todo el día es soleado, azul o celeste. Uno debe asi aprender a amarlas. Le inquirí, entonces, si eran el más profundo océano con tesoros profundos, como podía yo bucear hacia ellos. Contóme que todas abren su mar para encontrar el oro que realmente vale, pero debemos mostrar que aún somos capaces de bucear. Por eso, admiró a lo masculino, que se atreven a nadar; que cuando nadan dos en el mismo mar ayudanse para no se ahogar; esa simple capacidad de respeto que en muchas suele faltar, el aguantar los roces y la burla de sus opuestas. Finalmente dijo, para terminar, que nunca hay que ignorar que los dos son capaces de amar: el día que ocurra, las estrellas desaparecerán y no habrá más que oscuridad.