Recostado en el
sillón de casa, pude haberme imaginado que la felicidad no llegaría pasando la
puerta inmediatamente. Razono, pienso, imagino que atrás de aquel muro de
ladrillos y cemento se encuentra un mundo de vastas posibilidades y sueños que
pueden cumplirse continuamente. Dentro de los mismos, la soledad, la
podredumbre, el hastío y el asco que me podría haber causado todo esto. No
quiero imaginar que uno, encerrado así toda la vida, pueda vivir.
Levantarme del
sillón es solo un primer paso, es la primer incógnita para resolver. Cómo logro
yo levantarme de esta cosa que me atrapa, me sofoca y me tienta a verlo a los
ojos continuamente, si disfruto de su comodidad y del confort que varios ya han
sufrido años atrás, antes que yo, dentro de la misma zona, mismos muros…
¿Qué tal si me
levanto de mi asiento, qué tal si dispongo a andar mis piernas para acercarme,
al menos a la puerta? Yo se que varios esperan sentarse donde yo, y yo disfruto
del asiento, pero no es lo que yo quiero. Estoy donde estoy por miedo a
perderlo.
Al menos trato de
estirar las piernas, es un primer paso. Con mis tímidos dedos logro alcanzar el
suelo, de mármol frío, los relajo y los someto a la vez. Hago el ademán para
levantarme y pronto ya aparecen los rostros en la sombra, esos rostros que vienen
a sacarme, siempre y cuando yo pueda ceder. Es impresionante como es que la
gente espera algo tanto tiempo, algo que realmente no sirve tanto, un sillón
cómodo donde estar y sentarse.
Aplico fuerza sobre
los posa brazos para ayudarme un poco y mi torso comienza a erguirse. Los pies
reciben el peso, las piernas se esfuerzan por levantarse. Cuesta bastante, pero
logro llegar a pararme y alejarme unos pasos del sillón. Este ya fue ocupado
nuevamente, vaya a saber uno cuando. Es desagradable la sensación de ser
desechable.
Observo la puerta,
¿qué tal si trato de cruzarla, al menos esta vez? No parece un camino
dificultoso, no hay escollos, no hay muebles, solo suelo liso.
Al acercarme unos
pasos, me detengo por el sudor frío que recorre mi espina. La sensación de
estar siendo observado es infinita y perturbadora. Siento que el girar la
cabeza hacia atrás sería mi perdición eterna, por lo que trato de seguir
adelante.
Muevo mis pies unos
metros más. La puerta parece alejarse y la tensión en el aire parece que puede
cortarse con una cuchara. Hilos invisibles quieren rematar mi curiosidad,
quieren hacerme girar y ver qué me mira, pero permanecer fuerte ante la
adversidad es lo que alguna vez me propuse, y debo mantener esa línea hasta el
final.
Ahora en la escena,
enfrente de mi, aparece el Miedo. ¿Qué tal si eso que siento son las miradas de
los otros, los rostros sombríos, y no me permitirán salir? El Temor me observa,
sonríe. Es taciturno, oscuro, casi esfumándose en el aire. Alza su palma hacia
mi, en señal de que me detenga.
Él se acerca,
lentamente. Quiere inundarme, y, aún semitransparente y casi inexistente a mi
vista, lo siento tan corpóreo como yo me siento a mi mismo. Lo peor, cada vez
es más corpóreo que mi.
La transformación
del Miedo es algo interesante, diría un yo casi olvidado. La aproximación del
mismo hacia uno implica solo lo que uno deja que avance, en vez de hacerlo
retroceder. ¿Cómo hacerlo retroceder si es tan fuerte, elegante, destructivo?
Podría intentar
avanzar. Y así lo hago. Con cada vez más tensión, avanzo mientras el otro hace
lo mismo. Acercándose cada vez más, es cada vez más real, mientras yo me
desvanezco a medida que avanzo. Es ahí cuando comprendo.
Lo atravieso, se
esfuma. Todo fue la mera ilusión, tal vez la última barrera que me detiene
aquí, en este horrendo lugar. Aún tengo el miedo de la persecución y las
injurias de aquellas sombrías máscaras que me miraban, pero no debe incordiarme
camino hacia la salida.
Es así cuando
alcanzo finalmente la perilla, la tomo y la curiosidad me mata. Miro para
atrás, viendo así la escena más horrible que vi: un hombre, igual a mi, sentado
en un sillón. Sombras alrededor, queriendo sentarse allí, tratan de atormentar
inútilmente desde los exteriores de aquel aura de conformidad. Alrededor, los
Miedos, mil sombras que aparecen y desaparecen, esperan que alguien salga de
ese círculo vicioso. Allí está el mío, también, observándome. Sabe que lo
observo y hace el ademán de sacarse el sombrero, reconociendo mi pequeña gran
victoria. Me hace un ademán de saludo para girarse hacia el otro lado, para no
mirar. Me giro yo también para tomar la perilla. El resto es historia.