Adeptos

jueves, 31 de enero de 2013

Ya crucé el umbral...


Ya crucé el umbral, nuevamente,
Y comienzo a tropezar en dicha vertiente:
Los nuevos dedos que sostienen otras gentes
Me confunden y siembran temores (ya existentes).

¡Ay, hermoso dolor!
¡Duelen esos latidos que pisan,
Pisan fuerte y duelen menos!

Y dejan de pisar y duelen más;
Duele que te dejen de pisar,
Inclusive si te dejan de mirar.

Hermosos pies que tropiezan con los míos,
Tal vez me escuchan y me sienten, sin ese frío
Que uno siente cuando el tacto llega a olvidar,

Ese abrazo íntimo que un universo fue a deparar,
Pero se pierde, ¡no dejes de pisar!

domingo, 27 de enero de 2013

El sillón y la puerta


Recostado en el sillón de casa, pude haberme imaginado que la felicidad no llegaría pasando la puerta inmediatamente. Razono, pienso, imagino que atrás de aquel muro de ladrillos y cemento se encuentra un mundo de vastas posibilidades y sueños que pueden cumplirse continuamente. Dentro de los mismos, la soledad, la podredumbre, el hastío y el asco que me podría haber causado todo esto. No quiero imaginar que uno, encerrado así toda la vida, pueda vivir.
Levantarme del sillón es solo un primer paso, es la primer incógnita para resolver. Cómo logro yo levantarme de esta cosa que me atrapa, me sofoca y me tienta a verlo a los ojos continuamente, si disfruto de su comodidad y del confort que varios ya han sufrido años atrás, antes que yo, dentro de la misma zona, mismos muros…
¿Qué tal si me levanto de mi asiento, qué tal si dispongo a andar mis piernas para acercarme, al menos a la puerta? Yo se que varios esperan sentarse donde yo, y yo disfruto del asiento, pero no es lo que yo quiero. Estoy donde estoy por miedo a perderlo.
Al menos trato de estirar las piernas, es un primer paso. Con mis tímidos dedos logro alcanzar el suelo, de mármol frío, los relajo y los someto a la vez. Hago el ademán para levantarme y pronto ya aparecen los rostros en la sombra, esos rostros que vienen a sacarme, siempre y cuando yo pueda ceder. Es impresionante como es que la gente espera algo tanto tiempo, algo que realmente no sirve tanto, un sillón cómodo donde estar y sentarse.
Aplico fuerza sobre los posa brazos para ayudarme un poco y mi torso comienza a erguirse. Los pies reciben el peso, las piernas se esfuerzan por levantarse. Cuesta bastante, pero logro llegar a pararme y alejarme unos pasos del sillón. Este ya fue ocupado nuevamente, vaya a saber uno cuando. Es desagradable la sensación de ser desechable.
Observo la puerta, ¿qué tal si trato de cruzarla, al menos esta vez? No parece un camino dificultoso, no hay escollos, no hay muebles, solo suelo liso.
Al acercarme unos pasos, me detengo por el sudor frío que recorre mi espina. La sensación de estar siendo observado es infinita y perturbadora. Siento que el girar la cabeza hacia atrás sería mi perdición eterna, por lo que trato de seguir adelante.
Muevo mis pies unos metros más. La puerta parece alejarse y la tensión en el aire parece que puede cortarse con una cuchara. Hilos invisibles quieren rematar mi curiosidad, quieren hacerme girar y ver qué me mira, pero permanecer fuerte ante la adversidad es lo que alguna vez me propuse, y debo mantener esa línea hasta el final.
Ahora en la escena, enfrente de mi, aparece el Miedo. ¿Qué tal si eso que siento son las miradas de los otros, los rostros sombríos, y no me permitirán salir? El Temor me observa, sonríe. Es taciturno, oscuro, casi esfumándose en el aire. Alza su palma hacia mi, en señal de que me detenga.
Él se acerca, lentamente. Quiere inundarme, y, aún semitransparente y casi inexistente a mi vista, lo siento tan corpóreo como yo me siento a mi mismo. Lo peor, cada vez es más corpóreo que mi.
La transformación del Miedo es algo interesante, diría un yo casi olvidado. La aproximación del mismo hacia uno implica solo lo que uno deja que avance, en vez de hacerlo retroceder. ¿Cómo hacerlo retroceder si es tan fuerte, elegante, destructivo?
Podría intentar avanzar. Y así lo hago. Con cada vez más tensión, avanzo mientras el otro hace lo mismo. Acercándose cada vez más, es cada vez más real, mientras yo me desvanezco a medida que avanzo. Es ahí cuando comprendo.
Lo atravieso, se esfuma. Todo fue la mera ilusión, tal vez la última barrera que me detiene aquí, en este horrendo lugar. Aún tengo el miedo de la persecución y las injurias de aquellas sombrías máscaras que me miraban, pero no debe incordiarme camino hacia la salida.
Es así cuando alcanzo finalmente la perilla, la tomo y la curiosidad me mata. Miro para atrás, viendo así la escena más horrible que vi: un hombre, igual a mi, sentado en un sillón. Sombras alrededor, queriendo sentarse allí, tratan de atormentar inútilmente desde los exteriores de aquel aura de conformidad. Alrededor, los Miedos, mil sombras que aparecen y desaparecen, esperan que alguien salga de ese círculo vicioso. Allí está el mío, también, observándome. Sabe que lo observo y hace el ademán de sacarse el sombrero, reconociendo mi pequeña gran victoria. Me hace un ademán de saludo para girarse hacia el otro lado, para no mirar. Me giro yo también para tomar la perilla. El resto es historia.