Adeptos

martes, 29 de diciembre de 2009

Otro :D

Mundo platónico para pocos entes

Otra vez parto a esa cumbre desolada, entre nubes sin espacio, sin tiempo. ¿Qué abrumadora tirada de imágenes espera al otro lado de esa senda de caudalosas tierras que surgen y se hunden, sin cesar, sin parar (al simple ritmo de un compás)?
Muchas veces logra ser horrible, de solo pensarlo, el bombardeo continuo y de distintos orígenes. No conectan, no se representan, y aún así llegan empujándose por esa entrada ínfima. No puedo siempre rescatar los trozos, ya que tantos son que suelo dejarlos en el olvido, en la prestancia de un pasado tal vez inexistente (¿y quien dice que no es el verdadero?)
Pues esta vez del campo de batalla tan surrealista que se desarrolla en aquellos pagos desamparados por mi conciencia he encontrado una suerte de multitud, que de lejos apenas se notaba. De cerca, sin rostros, sin alma. Solo una breve muchedumbre que simplemente estaba, solo estaba. ¿Qué existencia tan horripilante es aquella? Aún así me sentía como en casa, me resultaban conocidas todas esas caras grisáceas que me observaban sin ojos y me hablaban sin boca. No podían verme, y yo no podía escucharlas. Estas habían llegado a un nivel de existencia tan bajo que solo parecían servir para realizar su trabajo, callados, deprimidos, (¿y aún así, felices?).
Y ahí estaba yo, entre toda esa multitud sin rostro, tratando de comprender el agravio que les cometieron. Más que extirparles la cara, habíanles tomado algo más, algo más profundo, algo más bello. Porque de solo robarles su mirada, su habla, su imagen de identidad, aún serían distintos, de alguna u otra forma. Pero no, eran todos de exacta igualdad, imposible de diferenciar quienes eran unos y quienes eran otros.
Comencé, pues, a tratar de desarrollar una conversación que lograra una conexión entre el interior de esa fría cáscara de color gris (¿es que siempre es un color de pura neutralidad y sin vida?). No lo podía lograr, pero al menos estaban cada vez más cerca de mí, lo sentía yo así. Y más próximos aún, me di cuenta que era imposible ya salvarlos, en aquel futuro donde el mundo ya no existía. Eran solo los autómatas de una revolución que los consumió hasta el fondo, ya que no era su revolución, sino la de unos pocos otros, los que querían que fueran todos iguales… (Porque para ellos eran un número más), todos en un círculo propio, del radio más pequeño que hay. Pero esa libertad la perdieron a gusto, a voluntad. La vendieron con su alma y su identidad, con tal de pertenecer a un grupo, ser como todos igual, sin haber creído alguna vez que tal vez, si se detenían a meditarlo un solo segundo, se podrían salvar de una realidad surrealista, pero al fin y al cabo, lo que nos espera más allá.