Adeptos

lunes, 7 de noviembre de 2011

El dulce juego de Ilusión (viejo)


Entre nosotros, en extinción
una sola especie domina,
pocos los hombres que hombres son,
se declaran aparte para obtener "vida".

Las cuerdas astrales soltó,
si realmente eso quería,
para amordazar con fuego que consumió
culturas con bellas barajitas.

Nos queda la hermana Ilusion,
que nos miente y acaricia
con espinas nuestro corazon,
para que pensemos en libertad, ya perdida.

¿Por qué nos prendemos de la emoción
dulce que esta amante nos brinda,
si hombres no todos son,
y libertad nos quitaron, por "dar vida"?

viernes, 4 de noviembre de 2011

El espejo I

Se levantó como hacía usualmente, y se dirigió al baño. Al entrar, el espejo, imponente, radiante. En la imagen vista, fealdad, oscuridad absoluta. Pero esta esbozó una sonrisa: desbordás de belleza, es el resto del mundo el que está mal

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El mentor de los locos

Hay voces en mi cabeza. Hay voces, mil y una las hay. Y todas gritan, se revolotean, se impiden escuchar mientras tratan de ser escuchadas. Unas tienen voces dispares; otras la misma, femenina, adulta, querida y odiada tantas veces. Es el meollo de mi abismo, mi mente. Es el mentor de los locos.

lunes, 31 de octubre de 2011

Sin título

Rechinar los harapos de tu soledad.

Resurgir de los trapos de tu humildad.

Limpiando la acera con lágrimas de sal
y vertiendo aquel río que causa el sollozar...

¿Qué vasto mundo te espera ahora?
¿Qué indómita razón te impulsa a seguir?
Aunque el sol se esconda en las noches
sigues esperando que vuelva a surgir.

Arruinada, tu historia vuelva su contenido
en el cemento que tanto anhelaste aquel día...

Aún así, te pueblas de voluntad
y levantas un imperio de tenacidad.

Desistir nunca será un premio, ¿verdad?

viernes, 28 de octubre de 2011

Hasta el más dulce aliento

Si mi culpa fuese presentar
el cariño a tu dulce caminar,
que así me declares quiero
también de lo que susurrar
te he ahora mientras sigas latiendo.

El corazón bombea al hablar
cuando te empecinas en retirar
tus dulces ojos de mi cielo.
De mis nervios entonces ya sabrás,
¿qué fue de nosotros aquel tiempo?

Y quisiese yo que debiese estar
claro el cielo, y que manantial
no haya de tus ojos ya negros
(No le ruegues a la parca ya,
ya te habrá silenciado el viento)

pero incluso de gran titilar
las estrellas que inundan la infinidad
no aparecen en ese espectro.
(No supliques a la parca ya,
ya te habrá silenciado el viento)

Ya se fueron esos soles ya.
Quiero que logres descansar,
y sobrevivir yo con mis anhelos.
(No le implores a la parca ya,
ya te habrá silenciado el viento)

¿Te silenció ya?

Si, ya escucho el silencio.





Una culposa sonrisa

No es raro observar a un hombre
con la mirada cruzando al vuelo la habitación,
rápida como el relámpago,
observando las facciones
de una damisela no atenta a este hecho.

Pero raro es observar que
cuando ella da cuenta de este hecho
y mira al malhechor voyeurista,
que este conteste con una sonrisa,
en parte culposa, en parte feliz
de haber sido descubierto.

Las sonrisas son mágicas,
sea quién fuere que la exhale,
ya que tienen brillo propio.

Un poco más de luz nunca está de más.

viernes, 21 de octubre de 2011

Esos tres minutos de amor

Paso tras paso. Así bailan los mareados, los locos, los enamorados. Con el abrazo en pecho, el corazón entrelazado, el cordón en las manos... ¡los pies volando! Mientras el resto del mundo es un universo aparte, quiebran cualquier pared con ese encanto. La pasión de sus rostros es inmutable, y sus auras ahora son una. Frente pegada a frente, dan los últimos compases, dan los últimos taconazos, para separarse luego y olvidarse al rato. Ya al poco tiempo volverán a estar amando

miércoles, 19 de octubre de 2011

La romanza

¡De qué manera resonaba! El rasgueo se imponía al silencio de la noche, al borde de ese vacío en el cielo. Las notas, cuales aves fugaces y cantantes, se elevaban de a poco, vaho de una romanza casi perfectamente ejecutada. Agitó su melena, dando los compases finales. Se equivocó en las últimas notas. Notose con el sudor en la frente.
La ventana estaba abierta, pero el viento estaba vergonzoso y no quería entrar (¿Cuándo acabaría la tardanza de ella?). Así lo esperaba, sobre un banquito frágil, con su guitarra. Rezaba por una leve brisa que refrescara su rostro. Requería ese descanso anhelado (hace tiempo), no podía obtenerlo. ¿Su pasión se había convertido en poco tiempo en un martirio? ¿Cómo lograban las cosas tornarse tan oscuras, alguna vez luminosas, llenas de color?
En aquel entonces no había compañero para su soledad, hasta que descubrió una amiga en ese ser inmóvil de seis cuerdas. Enloqueció por esa figura curvilínea, como poeta que se vuelve lunático ante el ondulado cabello de las olas (curiosa estaba la luna). Recordaba el sol sobre sus ropas, el mismo sudor en la misma frente. Corría casi danzante en los jardines cuando aquella figura masculina que tan poco querría más tarde traía consigo un objeto de tamaño considerable, guardado en un estuche de cuero. Amor a primera vista, dirán muchos, o los más pesimistas “una pasión tremenda destinada a desaparecer” (en principio diría uno que se equivocan).
Se vio embriagada de habilidad apenas comenzó las prácticas. La facilidad de aprendizaje de algunos a veces nos da sorpresas tanto agradables como asquerosas. Agradables por la admiración, mientras que su tinte asqueroso da por teñirlo de envidia. Pero la pasión dada al instrumento tan fértil y versátil tiraba todas esas sensaciones abajo (y cada tanto aparecía una voz). Aún con sus errores y bloqueos, desde un principio su padre se sentaba a su lado, a escuchar tocar… (Su madre decidió mantener distancia al poco tiempo).
Sobre el asiento, aún frente a la ventana (¿Cuándo vendría?), continuaba su práctica incansable. Veía las notas flotar, ¡qué bella imagen era! Y tanto era ese humo musical que provocaba un canto de su boca. Seis horas antes había comenzado a tocar y la luna anunciaba en ese momento humeante de exhausto clamor que era una madrugada ya instalada cómodamente. El humo de las notas de la guitarra ya se había fundido en el vapor de una voz leve y tímida (esperaba que no fuese suya), y a su vez coparon el ambiente con su acción psicodélica.
Podía ver formas en tanta neblina musical. Quería ver tras de ella, y tras esa cortina se observaban recónditos deseos, pasiones perdidas.
Había avanzado en gran medida. Sus tíos y abuelos proclamaban constantemente una herencia del oído de su padre. La madre aborrecía la música, pero toleraba aquello por una simple sonrisa en aquel rostro pequeño y tierno, solo porque aquello era lo único que le daba una sonrisa (el tener un padre músico se había vuelto algo complicado).
Las idas y venidas entre ambas casas envenenaban de a poco un alma pura (¿Alguien nace malvado?) y nadie quería comprender realmente como fue que la criatura al poco tiempo resultó bastante problemática. Los dos padres querían engatusarla en vistosos vestidos y muñecas excesivamente caras, sin saber que ya era consentirla demasiado.
Al empezar a asistir a la escuela, las llamadas de la secretaría a ambos hogares se manifestaban constantemente. Siempre era sacada ella del establecimiento por uno u otro, pero ninguno se cruzaba con el otro. Al llegar a una u otra de las casas, ella optaba por encerrarse en su habitación, acompañada de su guitarra (parecía desear en ella una amiga). Nunca la cuestionaban al respecto. Esto era una imagen que tal vez causaba amor, tal vez asco, propulsando hechos posteriores.
El ambiente seguía fumante y el viento no llegaba nunca (ella no llegaba nunca…). Seguía tocando. Ya le dolían las manos de tanto desenvolver esa vieja composición. Aún así, no podía parar. Debía llegar al día siguiente, perfeccionada, pero ¿qué era la perfección? (solo quería huir, escapar).
Fue un día que el padre la llevaba a donde su progenitora. Se acercaban cada vez más, ella algo impaciente, con la boca llena de noticias. Al llegar, el horror. Vacío, vacío pleno, eterno. Recordaba bien el peluche que llevaba en aquel momento. Un pequeño caballo, suave, que gustaba de sacar de casa. Había sido el primer regalo de su madre. Fue la última vez que lo vio.
Su padre buscó por largo tiempo antes de desistir.
Los humos cobraban ya colores. Ya era todo una vaga ilusión lo que ocurría en aquella habitación (debía de estar cerca). El recuerdo de la desaparición había despertado un poco de lágrimas. Ya se sentía ella flotar, aún tocando.
Sin ya la restricción materna, comenzó ella a asistir al conservatorio. En su primer día, su padre estaba hecho un mar de lágrimas. Irradiaba orgullo. La esperó desde su entrada hasta su salida. Era evidente su excitación (¿había sido igual con ella?).
Aún así, no fue mucho el tiempo que pasó para que ella comenzase a perder interés en su nueva escuela (no en la música). Se veía muy restringida, atareada. Al asistir a dos colegios se tornaba complicado el estudio. El padre insistía en que diera más de su atención en su parte musical. Ella no quería romperle el corazón. Comenzaban las presiones.
No tardó en dominar a su gusto el instrumento. La rigidez no era su pasión, así que la ignoraba, pero sentía que se otorgaba a la música cada vez que tocaba. Tampoco fue demasiado el tiempo que pasó hasta que los vagos sonidos e imágenes se volvieron una forma visual de la música. Sus características, las de esta nueva diosa, dependían de la melodía, así como del sentir de la muchacha. Era en verdad su única amiga.
Finalmente, entre el humo hubo viento, y allí apareció ella. Parecía ninfa de los mares, queriendo consumir sus lágrimas. No paraba de tocar. Sentose a su lado y resonaron las palabras de su boca, en un intento de confortarla. Le suplicó entonces la guitarrista, como en otras ocasiones. La deidad no quería cumplir esos deseos.
El tiempo pasaba, ella aprendía cada vez más (y cada vez más, deseaba más su escape). El padre, músico frustrado, siempre atrás, queriendo darle un empujón extra para motivarla a seguir.
Dominaba la música, pero no la rigidez. Era ella misma en la música y no se permitía el paso de otros. Por ello, comenzaron las bajas notas en cuestiones de música y, con ellas, los problemas en casa. Su madre alguna vez le había dicho que a su padre lo golpeaban de pequeño, por aquella misma cuestión.
Estaba en un ataque de pánico, la música lo sentía. Ella entendía su sufrir, como múltiples ocasiones anteriores.
Todo esto había hecho de ella un ente solitario y arisco. Desarrolló poco a poco la histeria, y cada golpe sufrido se sentía en su música. Todos podían verlo, pero nadie quería inmiscuirse. Aún recurría a encerrarse en su habitación, para tocar libre, con ella a su lado.
Aprobaba los cursos con dificultad. Su alma salvaje, heredada de la madre, se rehusaba a responder las reglas. Por ello era cada vez más difícil. Las situaciones extremas la motivaban lo suficiente para satisfacer ese mal genio (nadie quería ver cuando esto no ocurriese). Siempre pedía a la música que la llevase consigo.
Era de noche cuando retomó la romanza. En principio la sensación era nula, pero pronto ocurrió el milagro de la humareda, su manera de ver lo que tocaba.
-¡Déjame ir contigo esta vez, te lo suplico!
-Sabes bien que no puedo. Por más que me lo pidas.
-Por favor, ya no lo aguanto, no puedo…
-… no puedo verte sufrir así. Ya fue demasiado para una vida. Está bien, vendrás.
Entró temprano a despertarla. Era ya el día del examen. Pero no estaba. El mástil estaba partido al medio.

Metamorfosis de la tórtola hacia la noche plutónica

Y es Ovidio quien me toma
y con sus manos me deforma.

Ya ha tomado al muerto que sola
dejó a la tortola de esta historia.

Lo emplumo en negruras, cuya cola
convirtió en de la noche la aurora.

¿Y Helena? en soledad, sola,
sólo queda allí en estas horas.

lunes, 17 de octubre de 2011

La fantasía de un hombre en su soledad

Iban y venían aquellos vientos de colores. A su paso, la mancha de su estancia se asentaba bien sobre aquellas marcas de carbón. El dibujo estaba brillante, radiante, tal vez por ese sol impregnado en las hojas que vacilaba entre el naranja y el amarillo. Ya casi estaba terminado, solo faltaban unos colores más.
Se trataba de un prado misterioso, alienado, de colores extraños. La luz de aquella imagen iluminaba una figura sombría en un camino technicolor, cuyo destino era (tal vez) un horizonte distante, casi invisible. El torrente de aire que circulaba agitaba sus prendas y el cabello, de un largo considerable, quería perderse con amor entre las suaves ráfagas. La imagen no perdía dinámica. A mis ojos los pastos rojos se movían en un lento vals y las hojas de los árboles caían en una suerte de otoño tardío. La figura estaba indecisa de hacia donde caminar.
Tardé largo rato en ubicar mi fantasía con su coloreado correspondiente. Aún faltaba el verde que pintaría uno de los árboles que se perdían en la lejanía, pero al buscarlo note la falta del mismo. “Se habrá caído” pasó por mi cabeza fugazmente (y los rojos pastos bailaban sin cesar) por lo que agaché mi cabeza debajo de la mesa para notar (algunas parecían cambiar el compás) que allí no se encontraba. Tuve entonces que levantarme de mi asiento para revisar el suelo de la oficina. Parado, a gatas, tanteando debajo del amueblado, nada. “Será curioso” pensé “que desaparezca el lápiz de pronto y no se encuentre en ningún lado”. Sabía que lo había traído, ya que parte del cielo se hallaba con aquel verde tan deseado. Por ello no concebía esta repentina desaparición.
Volví hacia el dibujo, finalmente resignado, proponiéndome en contra de mi voluntad colorear aquel árbol con algún amarillo u otro color semejante. Está claro que no esperaba que desde el principio del camino me saludase una mujer de facciones borrosas, con animosidad incomparable al agitar sus brazos. Caí con la silla al suelo del sobresalto, con la sorpresa aún en la garganta, incapaz de digerirla. Tras un momento de llevar mi mente a la calma, asomé mi rostro sobre el dibujo nuevamente para ver a alguien que me miraba y parecía sonreírme.
Mientras el viento agitaba sus cabellos, la figura anteriormente sombría lanzaba una mirada taciturna hacia mis ojos, aún incrédulos. Llevaba ella un vestido violeta, con volados, que acompañaba en su compás a los pastos contentos. Parecía sentirse sola entre tanto prado con hierba, árboles y sólo el camino como vestigio de civilización. “Definitivamente me sonríe”, fueron las primeras palabras que logré conjuntar en mi mente. Su soledad me daba pena, había sido muy cruel con ella, no le había dado compañía de un ser vivo, humano o animal, por mínimo que fuese. De allí, surgió un insólito deseo de darle mi escolta para llevarla hasta el fin de aquel camino. Fue entonces que ella extendió su mano hacia mí.
“¿Leerá mis pensamiento?”, curioseé en mis palpitantes ideas, “¿O simplemente, al ser parte de mi, sabrá de mis sentimientos?”. El recorrido de estas palabras por la trama de mi mente aumentaba mis deseos de surtirle compañía a la muchacha. Pero, ¿cómo? ¿Acaso podría darle mi mano y ya? Pues hice un intento, tembloroso de acercar mi mano al dibujo.
Durante eternos instantes, los fenómenos consecuentes se sucedieron con lentitud fotográfica. Vi mi mano palpar el dibujo. Vi al mayor compenetrarse con él, seguido del resto de mi extremidad. Vislumbré, tras esto, que donde desapareció mi mano apareció en el dibujo otra, borrosa, como hecha de trazos. Vi también como la figura femenina tomaba esa mano con la que tenía extendida para dar un tirón que no pude resistir. Me vi envuelto en una fuerza que me atraía hacia la hoja llena de colores y observé como segundo a segundo me fundía en ella.
Tras esta eternidad, supe que estaba rodeado de rojos pastos que todavía daban su danza casi ritual. Me encontraba en el suelo, frente a una figura ahora clara, etérea, luminosa. Un rostro de belleza descomunal me miraba, ahora un poco coqueta y mimosa, con una sonrisa de alivio. Sabía pues que ahora estaba dentro de mi propia creación.
Ella, casi juguetona, señaló algo que había a mis espaldas. Giré mi cabeza rápidamente, para observar lo que aparentaba ser un muro descomunal. Pintado sobre él, el resto de una mesa, una silla de rojos bastante cálidos, una puerta negra al fondo… ¡Se trataba de la oficina! Pero, sin necesidad de inspeccionar demasiado, pude notar que estaba hecha de trazos irregulares, singulares, casi como los que suelo dar… Exactamente como suelo dibujar. Podría decirse que era una obra mía de no saber que nunca había hecho tal dibujo. La miré a ella, pues, con intención de cuestionarla al respecto, tal vez sobre el lugar, sobre como había alcanzado llegar allí. Articulé las palabras, moví la mandíbula, pero de mi boca no salía sonido alguno. La muchacha me miraba extrañada, como si nunca hubiese visto algo parecido. Insistí en la empresa, sin éxito alguno, al borde de la desesperación. No quería comprender que aquel era un mundo sin sonido, ya que yo no le había dado voz alguna al mismo. Desistí finalmente, resignado, y caí hacia el suelo, sentado. Desperté así una sonrisa en ella.
Se sentó a mi lado, cruzada de piernas, y de los pliegues de su vestido tomó un extraño anotador, fino, con una más extraña pluma. La misma tenía dos botones, uno azul y otro rojo. El anotador parecía forrado de cuero, pero no podía asegurarlo. Ella lo abrió y dirigió la punta de la extraña pluma hacia la única hoja que había en su interior. Presionó el botón azul y, a una velocidad insólita, trazó una frase coloreada como el botón. “¿Qué intentabas hacer?” eran las palabras que palpitantes asomaban a mis ojos. La miré a los ojos, intentando hacerle comprender que no tenía manera de hablarle. Fue entonces que presionó el botón rojo y la tinta retornó lentamente a su origen. Se rió ante mi mirada atónita y ofreciome su cuaderno. Me señaló entonces el botón azul. Pues, con pesadez y una lentitud pasmosa, le expliqué en pocas palabras que había querido hablarle, pero que no había podido lograrlo. Me miró ella extrañada y tomó su cuaderno para preguntar al respecto.
Así iniciamos una conversación de longitud desconocida. Con mi torpeza a la hora de escribir y en contraposición su facilidad de esbozar trazos, pudimos realizar el intercambio de ideas que anhelaba hacer. Me contó que nada sabía del dibujo del mural, tampoco de mí y de cómo había llegado ahí. Me explicó también su sorpresa al ver un hombre en el mismo, tanteando los suelos de los trazos de la habitación, moviéndose sin parar. Fue por ello que trató de asomarse a él. Inquirí, pues, extrañado, por qué entonces extendió su mano en señal de oferta. Fue cuando ella dijo que esa no había sido su intención, sino que simplemente palpaba el mural. Con este dato, cruzó por mi mente algo que no hubiese concretado en imaginar frente al agobio anterior que me acusaba aquel nuevo mundo. Me erguí sobre mis pies y con imperiosa caminata dirigí mis Pacios hacia el mural. El escalofrío que recorría mi espalda tal vez anunciaba lo que iba a llegar (ella escondía su mano derecha entre los pliegues de sus prendas, donde parecía mover sus dedos). Alcé la mano y con el índice lo toqué.
Nada. Apoyé mi mano. Nada. Comencé a palmear con esa misma mano, cada vez con mas fuerza. Nada. Fue así que entré en la consternación, casi animal, de sentirme atrapado en aquel mundo. Sin pensarlo, había penetrado en aquel lugar salido de mi recóndita fantasía y no había reparado en la posibilidad de regreso. Con los puños golpeaba ferozmente la estructura, intentando incluso gritar. El silencio de mis llantos era evidente, pero no importaba ya. Quería conectar con fuerzas un aullido de desesperanza, con el terror en la boca y el corazón saliendo por ella. Fue entonces que conocí su abrazo.
Fue una muestra de cariño que casi me sacó el aliento. En medio del maremoto de miedos fue el halito de cordura que requerí para retornar a la tranquilidad. Sus brazos me rodeaban el cuello, suavemente, y reposó su cabeza sobre mi hombro (la empatía es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir). Tras soltarme, me giré para encontrar nuevamente su sonrisa.
Momentos después me preguntó qué buscaba en aquel dibujo en el mural. Le conté sobre mi verde ansiado, el color que había señalado para el árbol de lejanía inconmensurable, que casi tocaba el horizonte. Me pidió que se lo describiera, y así lo hice.
El rubor alcanzaba sus mejillas mientras colocaba su mano derecha nuevamente en los pliegues de su ropa. Comprendí entonces, percibí su soledad. Pero eso no me contuvo de extender la mano, en señal de exigir lo propio.
No quería dármelo (como si entendiese algo siniestro). Quería recobrar aquello que era lo mío, pero a medida que trataba de acercarme a ella, daba unos pasos para atrás, avergonzada, en señal de no tener intenciones de entregar mi tesoro. En aquel intento de alejarse de mi, se tropezó sobre si misma y perdió el lápiz entre los pastos rojos. Pude entonces tomarlo. Con una corazonada en el pecho me dirigí, pues, hacia el mural.
Tras caminar unos pasos, una mano me retuvo fuertemente. Me di vuelta para ver su rostro (¿Ahora se veía tan claro?), triste, entre la aflicción y el desconsuelo. ¡Oh! Si alguna vez dibujase alguna de aquellas sensaciones de tanta pesadumbre, tan fuertes, las reflejaría en las lágrimas que brotaban sobre un rostro tan bello como el suyo (terrible pero bello es a la vez ver a una mujer llorar). La comprendí, nuevamente, en su soledad. Yo también así lo estaba. Esa intención de unión, esa búsqueda de compañía, eso buscaba en mis dibujos, en aquella figura taciturna. Acaricié sus cabellos, sus hermosos cabellos, en señal de disculpa. Conteniendo mi pesar, roté sobre mí, y alzando el lápiz, presioné con su punta el mural…
Mientras terminaba de colorear el árbol, observaba la figura taciturna del camino. ¿Hacia donde iría? En lo profundo de mi ansiaba que cometiese el mismo error dos veces, pero sabía ya que no había vuelta atrás. Tras guardar los lápices, noté que había desaparecido en dirección contraria.

Y asi piantada...


Y asi piantada con firuletes andaluces
me interna en su mundo incipiente,
deja el suelo embobado y expectante
de verla bailar mil y una más veces...

Hasta la música escucha, palpitante,
¡Oh! esos pasos ya tan audaces
ese maremoto de pasiones incesantes...
¡Que no cese su pasión amante!

Que sea amante de tropiezos y esquinazos,
que los recorte, magulle y tiente cada tanto,
siendo así su compañía el propio tango...
Pa' sentirlo, querida, con el corazón cantando

jueves, 1 de septiembre de 2011

Que es tan bello el sol...

¿Y qué querés que te diga?
No hace falta decirte todo
lo que ya te dijeron otros.
Eso si, me es seguro
que nadie te dijo que te ama
con el sentimiento en el pecho
y el corazón en la mano.

Y hasta que diferencies palabras vanas
de mis versos buenos, serán vanos
los años que pasen dentro.

¡Qué fatal puede ser amar una mujer
que carece ojos para ver
lo que los corazones sienten!
Aún así, lo mantengo palpitante, en alto.

¿Lo ves? Aún va a ser tuyo
dentro de unos años,
aún algunos siglos, e
sperando tal vez un latir
entre tanto silencio.

y espero que quiebres el silencio.
Por favor, abre los ojos,
que es tan bello el sol...
que hasta da pavor mirar.

sábado, 16 de julio de 2011

Aquel pecado de los pueblos

(sobre un tema que hablé mucho en estos días, tras tanto caos que hay por acá, espero sepan disfrutarlo)

¿Mi hermano, Olvido,
a quien tomas de la mano?

Ya su memoria está en el vacio.

Los pequeños pasos, los delirios,
las promesas vanas, grandes mitos.

Olvido, hermano mio,
generas dolor, con regocijo
te esmeras en tirarnos del risco

hacia aquellas nubes fantasiosas
que llenas de ilusión nos asombran.

No sabemos que finalmente en el suelo,
hermano mio, terminaremos caídos,
tropezando con el mismo precipicio
cada vez que habremos de pasar.

Ya no recordamos, Olvido,
como llegamos a ser tan niños,
como los chicos fueron grandes
y nosotros nunca envejecimos,
rejuvenecimos, con alarde...

porque nuestro corazón te tiene unido
y porque tus manos aprietan latidos

hasta el punto de olvidarse de respirar.

domingo, 26 de junio de 2011

Juego de incertidumbre

Yendo con los viejazos, un poema de hace ya unos añetes


Vaya tranquilidad me han dado
la razón, los pensares y años,
porque como cobre se va quebrando
seguridad que nunca he tomado.

Pues se yo que es incertidumbre
todo este juego osado,
no siempre barajan a nuestro lado,
y los dados no otorgan por costumbre.

Así nace la pesadumbre
por no tener ases en la mano,
ni mirar las cartas podemos, por tanto,
nada es exacto, todo es probable.

Probable porque la lumbre
de lo exacto asoma en escaños
de probabilidades que antaño
fueron siempre exactitudes.

Aún todo haberlo escalado
¿como sabremos si se ha llegado
al pico sobre todos más alto?
¡Vaya juego pues me han dado!

domingo, 19 de junio de 2011

¿Qué es una luna sin sonrisa?

¿Quien no estuvo al borde del sol?
Uno busca razón pa sonreir...
Tragando versos de arroz...
sin capacidad siquiera de reir...

¿Quien no quiso la luna robar,
para hacer una mujer feliz?
El que vive sin felicidad
sabe ya que no es vivir

Y si el sol nos ve llegar
a ese borde de pálido adoquín,
la luna no entregará...

Y qué importa ya el sol
si no nos hace sonreir...
¿qué importan mil mujeres
si ninguna nos da amor?

¿Y qué importa ya la luna
si solo me recuerda a ti?
Qué importa ya bajarla...
si no tengo a nadie a quien
hacer feliz

viernes, 17 de junio de 2011

Cuando vemos una reacción

Tal era la atracción entre ambas que la danza presentada era frenética, desmedida, inexorable. Luego de encontrar la correcta posición se amaron con lujuria y se unieron en un solo ser, otro ser. A su alrededor, una liberación energética infinita, una corriente de calor desmesurada. Y así formaban su nuevo ente, el resultado de tanta atracción, tanta danza, tanto amor.

Ante la inmensidad


Uno mira al universo, luego la tierra; uno se replantea cosas. ¿Seremos tan significantes como creemos? ¿Nuestros conflictos, batallas, políticas, serán tan importantes como nosotros solemos pensar?
Uno mira al universo, luego la tierra; cree que todo entonces es insignificante. ¿Cuál es el quid del asunto? Uno se siente insignificante ya que solo tiene sentido de si mismo. El mundo humano tendió a evolucionar hacia una forma de vida tan individualista que poco le importa a uno que pase a más de treinta kilómetros de distancia si no lo afectase a uno.
Ahora, el planteo: pensemos en un átomo, cualquiera sea. El átomo, ¿qué es solo? Un átomo, un sencillo conjunto de partículas subatómicas que su valor práctico así no es ninguno. ¿Está sólo? No. Ese es el punto.

El átomo, por si solo, es insignificante, no vale nada. Pero el átomo nunca está solo, siempre se acompaña de otros, forma estructuras, moléculas, compuestos. De pronto dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno se unen para formar agua, y si combinamos una gran cantidad de estas moléculas tendremos una gota de agua. Aumentemos la cantidad, tendremos al menos un vaso con el líquido, una botella, un río, un océano. La tierra, un universo en relación a los átomos, no cree que ellos sean insignificantes; en conjunto son algo vital e importante de ese cosmos. ¿Acaso entonces somos seres insignificantes nosotros?
El ser humano es un ser hecho de átomos, moléculas. Y efectivamente no son moléculas solitarias, son conjuntos de ellas, todas en función de crear un solo ser. Una combustión de glucosa para el cuerpo humano por si sola es bastante impráctica, la energía liberada es bastante baja y no llega a ser ni una pequeña explosión. Pero combinando millones y millones de esas pequeñas explosiones, funcionamos nosotros como seres. Deja de ser una reacción insignificante.
¿Por qué somos insignificantes ante el universo nosotros? No lo somos. En conjunto no lo somos. El ser humano es un ser social, un ser que por defecto sobrevive comunicándose con otros seres de su especie. Un ser que si se une en un conjunto forma otro ente, conciente, vivo. Juntos, formamos otro ser vivo, con miles de conciencias, una inteligencia infinita. Dejamos de ser tan insignificantes como un ser en conjunto, asi como los átomos dejan de serlo por su parte para formarnos. ¿Por qué creemos en que realmente nada importa ante la inmensidad del universo? Porque pensamos solo en nosotros mismos, no en ser en conjunto. La evolución social tendió a la destrucción de ese ser, no a la formación del mismo. Realmente, el egoísmo, el dinero, el poder sobre otro, el poder ser mejor a otro, eso es insignificante. Lo es por responder solo a un individuo, no a todos en conjunto. Y si no tomamos conciencia de que no somos intrascendentes, vamos a seguir siéndolo. Si no tomamos en cuenta que como seres egoístas e individualistas como nos fuimos formando nos destruimos a nosotros mismos como ser en conjunto, seremos nuestro propio cáncer, y nos haremos a nosotros mismos, como tememos ante el cosmos, insignificantes.

La estatua de marfil

Hola manola, si, traigo un poema viejo para uds, espero que lo disfruten :)

¿Y que no más que repetir
las palabras que no escapan?
¿No poderlas decir,
un sueño que aún ata?

Pero el opio del sentir
Morfeo ya entregaba.

No puedo inducir
la traición a esa traba,
volver a ese vivir
que tanto teme el alma.

¿Pero el alma así
no sufre la cascada?,

El torrente sin fin
de dolores que opacan
el coloquio que decir
ya no me sirve de nada.

Se que no me es afin
tal mujer tan blanca,

que no debo sentir
que quiero rozarla,
inducirla al feliz
tacto de miradas.

La estatua de marfil
igual mira y atrapa.

¿Por qué así de mi
tira y me arrastra,
para entonces repetir
las palabras sin alas?

No quiero verlas morir,
pero debo cortarlas.

miércoles, 15 de junio de 2011

Es que la risa nunca muere

Maquillado, risueño, sale ya
a aquel escenario de locos.

Su peluca naranja aparta risas.

La ropa, de osado color, al saltar
se enreda, cayendo el en oprobio.

Y la gente ya no es una sonrisa.

Levanta él su rostro.
¿No ven debajo del ojo
maquillada por lo incierto
una gota de su responso?

Se olvidan que aún aire respira.

La lágrima, oscura e inquietante,
no parece cambiar los ojos inmutables.

Solo quieren que su gracia sea continua.

¿No recuerdan que su cuerpo
sigue siendo de carne y hueso?
La cara blanca, los ojos negros,
ellos se esconden tras ese velo.

Es que todavía tiene que actuar...

(Todo esto sobre un tema que hablé ayer varias veces, espero que guste)

jueves, 9 de junio de 2011

Dame alas de tango.


Dame alas de tango.

Dejame volar, pebeta
usando la turbina del abrazo
y el fuego de los pies.

Sacá esas plumas de tu piel
y llename de ese aroma a pasos
que se sienten al batir el viento.

¿Nos elevamos, doncella,
con este agradable dos por cuatro?

Quiero sentir ese latir sagrado,
el tuyo, el mio, los dos palpitando,
los dos a un ritmo, el nuestro, de nadie más,
ese que nos deja volar tan alto
que nunca más deseamos volver al suelo.

Dejame flotar en el aire otro rato
usando para ello este simple abrazo,
ya sabés de esta bella sensación...
... volar, sin fin, con las alas del tango.

De Profundis - Oscar Wilde

Otra que una epístola de mucho enojo y tristeza. Puede rescatar varias frases del mismo, voy a ir poniendo acá algunas:

‎"estar completamente libre y hallarse al mismo tiempo bajo el dominio de la ley, he aqui la paradoja eterna de la vida humana..."

"Las funestas equivocaciones de la vida no deben ser atribuidas a la ausencia de razón. Un instante de irracionalidad puede llegar a ser nuestro momento más hermoso. Nuestras equivocaciones son producto de la logica que rige al hombre. Entre ambas cosas media un abismo"

‎"... pero nosotros, los que estamos en la cárcel y en cuya existencia no hay más pensamientos que los de los sufrimientos, medimos el tiempo por las pulsaciones del dolor y el índice de las amarguras"


Los que no lo hayan hecho, consiganlo, leanlo, saboreenlo y, por supuesto, disfrutenlo

jueves, 10 de marzo de 2011

Aquel relato del viento

En el pasado hable con una mujer que denotaba una particular forma de ser: admitia los errores de una mujer, aquellos que no admiten, que no logran comprender. Reveló el egoísmo y la traición que solían hacer, la total impulsividad de lo más profundo de su ser; la soberbia que contenían y arrojaban sin razón aparente. pero, más allá de esa falta de código admitió que iguales no solían ser. Tras los defectos un ángel tal vez se podía ver... y en los ojos el cielo encontrar. Tal vez su capacidad de volar y de nuestras cabezas rondar. Le pregunté si creerle era menester, si era necesario ver lo negro de la noche. Me pidió que trate de ver las estrellas y que acepte que las rodea una profunda oscuridad. Que debo amar al cielo como tal, ya que no todo el día es soleado, azul o celeste. Uno debe asi aprender a amarlas. Le inquirí, entonces, si eran el más profundo océano con tesoros profundos, como podía yo bucear hacia ellos. Contóme que todas abren su mar para encontrar el oro que realmente vale, pero debemos mostrar que aún somos capaces de bucear. Por eso, admiró a lo masculino, que se atreven a nadar; que cuando nadan dos en el mismo mar ayudanse para no se ahogar; esa simple capacidad de respeto que en muchas suele faltar, el aguantar los roces y la burla de sus opuestas. Finalmente dijo, para terminar, que nunca hay que ignorar que los dos son capaces de amar: el día que ocurra, las estrellas desaparecerán y no habrá más que oscuridad.

jueves, 24 de febrero de 2011

Mientras se desgasta el alma

¡que bello sonido resuena
de aquella cándida madera!

Toca el muchacho las cuerdas
en plena avenida ya repleta

En tanto, nadie mira, nadie espera
las notas que salen desenvueltas.

Nadie a verlo tocar se queda,
mientras poco a poco envejece en pena

Nadie a su lado se sienta,
mientras poco a poco envejecen las cuerdas

Nadie siquiera lo recuerda...

¿Recordarán tal vez sus notas?
¿O se pierden ellas entre las gotas
de una lluvia que cae incesante
y toma al muchacho con sus cuerdas?

¿Sabrán de ellas una vez rotas?
¿Se darán cuenta que las notas
no volverán entre el gentío aterrante,
aquel que se roba vidas y horas?

Tal vez simplemente les toca
ver pasar la onda que resuena

Sin llegar a ellas, tan sordas,
que pierden siempre cada nota
cada segundo, cada hora,
mientras se pierden en la masa

lunes, 21 de febrero de 2011

Eri tu che macchiavi quell'anima...

Y de pronto ese toque en la nuca.

Estremecerse, de manera tremebunda,
mientras que en el recuerdo permuta
lo mio con el del inexistente personaje...

¿Y así sufre de ese talante?

De pronto, el diamante asoma y enturbia,
cristaliza el mundo, en crescendo disgusta
un corazón que al cuerpo no pertenece...

¿Invade el sentir que su alma cuece?

Y escapa el rio mientras se ilustra
en rostro ajeno el latir de ese ente...

¿Tal ultraje a este asusta?

Son lágrimas lo que su honor pierde,
y pierde su honor mientras aún busca
el por qué de tanta congoja y lucha
si al fin el puñal está ahora en su vientre.



Retomo

DIOSSS olvidé completamente la existencia de esto durante todo un año, lo cual es una lástima.
Al menos me propongo retomarlo, así que estén atentos

Firma: La empresa