Adeptos

miércoles, 19 de octubre de 2011

La romanza

¡De qué manera resonaba! El rasgueo se imponía al silencio de la noche, al borde de ese vacío en el cielo. Las notas, cuales aves fugaces y cantantes, se elevaban de a poco, vaho de una romanza casi perfectamente ejecutada. Agitó su melena, dando los compases finales. Se equivocó en las últimas notas. Notose con el sudor en la frente.
La ventana estaba abierta, pero el viento estaba vergonzoso y no quería entrar (¿Cuándo acabaría la tardanza de ella?). Así lo esperaba, sobre un banquito frágil, con su guitarra. Rezaba por una leve brisa que refrescara su rostro. Requería ese descanso anhelado (hace tiempo), no podía obtenerlo. ¿Su pasión se había convertido en poco tiempo en un martirio? ¿Cómo lograban las cosas tornarse tan oscuras, alguna vez luminosas, llenas de color?
En aquel entonces no había compañero para su soledad, hasta que descubrió una amiga en ese ser inmóvil de seis cuerdas. Enloqueció por esa figura curvilínea, como poeta que se vuelve lunático ante el ondulado cabello de las olas (curiosa estaba la luna). Recordaba el sol sobre sus ropas, el mismo sudor en la misma frente. Corría casi danzante en los jardines cuando aquella figura masculina que tan poco querría más tarde traía consigo un objeto de tamaño considerable, guardado en un estuche de cuero. Amor a primera vista, dirán muchos, o los más pesimistas “una pasión tremenda destinada a desaparecer” (en principio diría uno que se equivocan).
Se vio embriagada de habilidad apenas comenzó las prácticas. La facilidad de aprendizaje de algunos a veces nos da sorpresas tanto agradables como asquerosas. Agradables por la admiración, mientras que su tinte asqueroso da por teñirlo de envidia. Pero la pasión dada al instrumento tan fértil y versátil tiraba todas esas sensaciones abajo (y cada tanto aparecía una voz). Aún con sus errores y bloqueos, desde un principio su padre se sentaba a su lado, a escuchar tocar… (Su madre decidió mantener distancia al poco tiempo).
Sobre el asiento, aún frente a la ventana (¿Cuándo vendría?), continuaba su práctica incansable. Veía las notas flotar, ¡qué bella imagen era! Y tanto era ese humo musical que provocaba un canto de su boca. Seis horas antes había comenzado a tocar y la luna anunciaba en ese momento humeante de exhausto clamor que era una madrugada ya instalada cómodamente. El humo de las notas de la guitarra ya se había fundido en el vapor de una voz leve y tímida (esperaba que no fuese suya), y a su vez coparon el ambiente con su acción psicodélica.
Podía ver formas en tanta neblina musical. Quería ver tras de ella, y tras esa cortina se observaban recónditos deseos, pasiones perdidas.
Había avanzado en gran medida. Sus tíos y abuelos proclamaban constantemente una herencia del oído de su padre. La madre aborrecía la música, pero toleraba aquello por una simple sonrisa en aquel rostro pequeño y tierno, solo porque aquello era lo único que le daba una sonrisa (el tener un padre músico se había vuelto algo complicado).
Las idas y venidas entre ambas casas envenenaban de a poco un alma pura (¿Alguien nace malvado?) y nadie quería comprender realmente como fue que la criatura al poco tiempo resultó bastante problemática. Los dos padres querían engatusarla en vistosos vestidos y muñecas excesivamente caras, sin saber que ya era consentirla demasiado.
Al empezar a asistir a la escuela, las llamadas de la secretaría a ambos hogares se manifestaban constantemente. Siempre era sacada ella del establecimiento por uno u otro, pero ninguno se cruzaba con el otro. Al llegar a una u otra de las casas, ella optaba por encerrarse en su habitación, acompañada de su guitarra (parecía desear en ella una amiga). Nunca la cuestionaban al respecto. Esto era una imagen que tal vez causaba amor, tal vez asco, propulsando hechos posteriores.
El ambiente seguía fumante y el viento no llegaba nunca (ella no llegaba nunca…). Seguía tocando. Ya le dolían las manos de tanto desenvolver esa vieja composición. Aún así, no podía parar. Debía llegar al día siguiente, perfeccionada, pero ¿qué era la perfección? (solo quería huir, escapar).
Fue un día que el padre la llevaba a donde su progenitora. Se acercaban cada vez más, ella algo impaciente, con la boca llena de noticias. Al llegar, el horror. Vacío, vacío pleno, eterno. Recordaba bien el peluche que llevaba en aquel momento. Un pequeño caballo, suave, que gustaba de sacar de casa. Había sido el primer regalo de su madre. Fue la última vez que lo vio.
Su padre buscó por largo tiempo antes de desistir.
Los humos cobraban ya colores. Ya era todo una vaga ilusión lo que ocurría en aquella habitación (debía de estar cerca). El recuerdo de la desaparición había despertado un poco de lágrimas. Ya se sentía ella flotar, aún tocando.
Sin ya la restricción materna, comenzó ella a asistir al conservatorio. En su primer día, su padre estaba hecho un mar de lágrimas. Irradiaba orgullo. La esperó desde su entrada hasta su salida. Era evidente su excitación (¿había sido igual con ella?).
Aún así, no fue mucho el tiempo que pasó para que ella comenzase a perder interés en su nueva escuela (no en la música). Se veía muy restringida, atareada. Al asistir a dos colegios se tornaba complicado el estudio. El padre insistía en que diera más de su atención en su parte musical. Ella no quería romperle el corazón. Comenzaban las presiones.
No tardó en dominar a su gusto el instrumento. La rigidez no era su pasión, así que la ignoraba, pero sentía que se otorgaba a la música cada vez que tocaba. Tampoco fue demasiado el tiempo que pasó hasta que los vagos sonidos e imágenes se volvieron una forma visual de la música. Sus características, las de esta nueva diosa, dependían de la melodía, así como del sentir de la muchacha. Era en verdad su única amiga.
Finalmente, entre el humo hubo viento, y allí apareció ella. Parecía ninfa de los mares, queriendo consumir sus lágrimas. No paraba de tocar. Sentose a su lado y resonaron las palabras de su boca, en un intento de confortarla. Le suplicó entonces la guitarrista, como en otras ocasiones. La deidad no quería cumplir esos deseos.
El tiempo pasaba, ella aprendía cada vez más (y cada vez más, deseaba más su escape). El padre, músico frustrado, siempre atrás, queriendo darle un empujón extra para motivarla a seguir.
Dominaba la música, pero no la rigidez. Era ella misma en la música y no se permitía el paso de otros. Por ello, comenzaron las bajas notas en cuestiones de música y, con ellas, los problemas en casa. Su madre alguna vez le había dicho que a su padre lo golpeaban de pequeño, por aquella misma cuestión.
Estaba en un ataque de pánico, la música lo sentía. Ella entendía su sufrir, como múltiples ocasiones anteriores.
Todo esto había hecho de ella un ente solitario y arisco. Desarrolló poco a poco la histeria, y cada golpe sufrido se sentía en su música. Todos podían verlo, pero nadie quería inmiscuirse. Aún recurría a encerrarse en su habitación, para tocar libre, con ella a su lado.
Aprobaba los cursos con dificultad. Su alma salvaje, heredada de la madre, se rehusaba a responder las reglas. Por ello era cada vez más difícil. Las situaciones extremas la motivaban lo suficiente para satisfacer ese mal genio (nadie quería ver cuando esto no ocurriese). Siempre pedía a la música que la llevase consigo.
Era de noche cuando retomó la romanza. En principio la sensación era nula, pero pronto ocurrió el milagro de la humareda, su manera de ver lo que tocaba.
-¡Déjame ir contigo esta vez, te lo suplico!
-Sabes bien que no puedo. Por más que me lo pidas.
-Por favor, ya no lo aguanto, no puedo…
-… no puedo verte sufrir así. Ya fue demasiado para una vida. Está bien, vendrás.
Entró temprano a despertarla. Era ya el día del examen. Pero no estaba. El mástil estaba partido al medio.

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